Y ese versar, esa forma de actuar de los trovadores entre rima y melodía sentó las bases para la expansión de la cultura, de la caballerosidad, en una época difícil en donde hasta los reyes eran analfabetos.
La
trama, lo inescrutable de éstos hombres (según Gérard de Sede en su libro, “El
tesoro Cátaro”) es que durante 400 años recorrieron los caminos, primero del
sur de Francia y luego de Europa reiterando el mismo principio, frecuentando el
mismo argumento una y otra vez.
Imaginen
a cientos de poetas cantar a una dama que no tenía nombre, solo seudónimos como
“La verdadera luz,” “Rosa bermeja” etc. vagar por todo el mundo antiguo con su
laúd al hombro clamando por un amor imposible, detrás de una mujer jamás
visualizada, como un versar para un sueño, para un símbolo o como un estertor,
un dolor ante una esperanza sin mañana.
Era lo que se conocía en ese momento como el amor cortés, un amor entregado, desinteresado, que por medio del lirismo se hizo trova y hasta la misma palabra “Trova” en su etimología, significa buscar, encontrar, o simplemente expresar en tropos, en giros de palabras otra realidad detrás de lo aparente.
O sea, los trovadores medievales no eran claros, ocultaban algo en sus rimas, eran poseedores de un decir clandestino, de un mensaje solo conocido por ellos y transmitido por medio del lenguaje figurado a lo que ellos llamaban “Trobar clus” y clus en su etimología también significa cerrado, o mejor dicho poema hermético, vedado para los no entendidos.
Es largo el tema, y solo concluiré diciendo que muchos autores modernos los mezclan con los Cátaros, porque fueron contemporáneos con ellos y porque la palabra “dama” era también sospechosamente el mismo nombre que esos religiosos daban a su iglesia desaparecida por presiones del papa y por las guerras, que al parecer los exterminaron con la toma de Montségur en las llamadas cruzadas albigenses.
Se cree que esos poetas, esos tristes trovadores eran con sus versos sacerdotes, gritos de angustia, quejas desde el fondo de sus almas por la dama, ¿la iglesia cátara?... perdida para siempre en medio de una época, donde los libros y los hombres eran pastos de las llamas cuando no aceptaban la religión católica imperante, férreamente establecida a sangre y fuego.
Era lo que se conocía en ese momento como el amor cortés, un amor entregado, desinteresado, que por medio del lirismo se hizo trova y hasta la misma palabra “Trova” en su etimología, significa buscar, encontrar, o simplemente expresar en tropos, en giros de palabras otra realidad detrás de lo aparente.
O sea, los trovadores medievales no eran claros, ocultaban algo en sus rimas, eran poseedores de un decir clandestino, de un mensaje solo conocido por ellos y transmitido por medio del lenguaje figurado a lo que ellos llamaban “Trobar clus” y clus en su etimología también significa cerrado, o mejor dicho poema hermético, vedado para los no entendidos.
Es largo el tema, y solo concluiré diciendo que muchos autores modernos los mezclan con los Cátaros, porque fueron contemporáneos con ellos y porque la palabra “dama” era también sospechosamente el mismo nombre que esos religiosos daban a su iglesia desaparecida por presiones del papa y por las guerras, que al parecer los exterminaron con la toma de Montségur en las llamadas cruzadas albigenses.
Se cree que esos poetas, esos tristes trovadores eran con sus versos sacerdotes, gritos de angustia, quejas desde el fondo de sus almas por la dama, ¿la iglesia cátara?... perdida para siempre en medio de una época, donde los libros y los hombres eran pastos de las llamas cuando no aceptaban la religión católica imperante, férreamente establecida a sangre y fuego.
El trovador medieval…
Giraron el lenguaje, complicaron
la forma transmutando el pensamiento
y en esa intensidad ejecutaron
un
rito más allá del argumento.
Se ataron a su magia en sus dicciones
cifraron
su hermetismo a un ministerio
a
un arcano confuso en sus canciones
secretas
que indicaban un misterio.
Con una acción distinta en el esquema
sellado
de un trovar ambivalente
mudaron
el idioma a otro sistema
oscuro,
retorcido y disidente.
Y así durante siglos repitieron
la
misma percepción, la misma causa
sin
cambios en el arte que cumplieron
detrás
de una pasión sin tomar pausa.
Nadie supo el por qué de aquél empeño
cerrado
sin dar luz, sin dar la llave
sin
dar la conclusión a ese diseño
oculto
sin el rastro de una clave.
Para ese seguimiento de un delirio
antiguo
que saltó sobre lo ido
sobre
una realidad, sobre un martirio
que
no pudo quedar en el olvido.
Tal vez fueron la voz de esa notoria
idea
para un cauce y una senda
un
enigma quizás para otra historia
en
tropos de un decir… a quien lo entienda.
Ernesto Cárdenas.