El hombre elefante…
Joseph Carey Merrick, nació en Inglaterra el 5 de
Agosto de 1862, y murió el 11 de Abril de 1890 sin haber cumplido aún los 28
años, y su existencia se puede decir que fue una de las más tristes en los
anales del género humano.
Luego de nacer como un niño normal a los 18 meses
empezó a cambiar su cuerpo por una rara enfermedad deformante, algo tan
absolutamente anómalo que lo apartó de la gente durante toda su vida, haciéndolo
grotesco y repulsivo, con la fatalidad de morir su madre joven y de su padre
casarse con una mujer que lo maltrataba, al extremo que tuvo que escapar ante
los castigos físicos y tantas humillaciones.
Joseph contaba una historia para
justificar su enfermedad:
“Vi la luz por primera vez el 5 de agosto de
1862. Nací en Lee Street, Leicester. La deformidad que exhibo ahora se debe a
que un elefante asustó a mi madre; ella caminaba por la calle mientras desfilaba
una procesión de animales. Se juntó una enorme multitud para verlos, y
desafortunadamente empujaron a mi madre bajo las patas de un elefante. Ella se
asustó mucho. Estaba embarazada de mí, y este infortunio fue la causa de mi
deformidad.”
El mismo se describía en esta forma:
“Mi cráneo tiene
una circunferencia de 91,44 cm, con una gran protuberancia carnosa en la parte
posterior del tamaño de una taza de desayuno. La otra parte es, por describirla
de alguna manera, una colección de colinas y valles, como si la hubiesen
amasado, mientras que mi rostro es una visión que ninguna persona podría
imaginar. La mano derecha tiene casi el tamaño y la forma de la pata delantera
de un elefante, midiendo más de 30 cm de circunferencia en la muñeca y 12 en uno
de los dedos. El otro brazo con su mano no son más grandes que los de una niña
de diez años de edad, aunque bien proporcionados. Mis piernas y pies, al igual
que mi cuerpo, están cubiertos por una piel gruesa y con aspecto de masilla, muy
parecida a la de un elefante y casi del mismo color. De hecho, nadie que no me
haya visto creería que una cosa así pueda existir”.
Pero prosigamos:
Ante la necesidad se dedicó a vender cosas por la calle, aunque nadie le
compraba, y para colmo el gremio local de vendedores ambulantes lo acusó de
perjudicar al sector con su mala imagen y por lo tanto le retiraron la licencia.
Tuvo que trabajar en ferias que recorrían Londres presentando su enfermedad
ante los curiosos para poder comer, pero las autoridades le cerraron su único
medio de trabajo por considerar su acto indecente y de mal gusto.
Le gustaba
la poesía, y se conservan un par de cuartetas de su autoría:
“ Es cierto
que mi forma es muy extraña
Pero culparme de ello es culpar a Dios
si yo
pudiera crearme a mi mismo
procuraría no fallar en complacerte.
Si yo
pudiese alcanzar de polo a polo
o abarcar el océano con mis brazos
pediría
que se me midiese por mi alma
la mente es la medida del hombre”.
Su
corta biografía está llena de desagradables pasajes, solo el doctor Frederick
Treves lo rescató de su tragedia y lo ayudó a conocer otras personas, que con
calidad humana que le dieron en sus últimos años la comprensión que siempre le
negó el destino.
Y ahora mi poema, en honor de Joseph Carey Merrick,
El hombre elefante”
Le negó el cielo su existir tranquilo
una
forma normal en su estructura
haciéndolo marchar por ese filo
que arrastra
cada sueño a la amargura.
Que lo lanzó a la noche deplorable
de ser la
magnitud en el quebranto
de ser en su exterior lo inenarrable
de un hecho
que marcaba hasta el espanto.
Cruzó la burla ajena en su agonía
el
golpe y el desprecio lapidario
atado en el repudio de una impía
manera de
marchar por un calvario.
Vivió la oscuridad de un atavismo
terrible
que empujaba hasta el rechazo
no supo de sonrisas en su abismo
ni supo del
afecto de un abrazo.
Era el monstruo, lo horrendo, era el distinto
la
hechura de un paisaje deprimente
era un aborto raro, era el instinto
de
todo lo repulso y lo incoherente.
Sin embargo detrás de esa silueta
de
ese aspecto irreal había una esencia
había una bondad, había un
poeta
había un corazón y una conciencia.
Había una emoción, había un
humano
que nunca supo odiar tras sus dolores
había un gran perdón, había
un hermano
ajeno de tinieblas y rencores.
Y así marchó después hacía
otro encuentro
su espíritu gentil como un destello
mostrando ese otro
aspecto que es de adentro
para enseñar al mundo lo que es
bello.
Ernesto Cárdenas.
viernes, 26 de enero de 2018
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