Siendo joven la vio en un baile de su majestad Francisco l, y sin saber más nada
concentró su entusiasmo en conocerla, ella era la elegancia en el salón por
sus modales, por su belleza y por ser hija de uno
de los hombres más ricos de Florencia, aquella ciudad italiana que tanto dio
para el desarrollo de la cultura en esos tiempos del renacimiento, su nombre era
Casandra Salviati, y también al conocer a Ronsard sintió por él una simpatía que
presagiaba el amor.
Se conocieron y se dieron un único beso y ella le envió
un mechón de sus cabellos rubios, como un recuerdo y como una promesa de aquello
que los levitaba, él le recitó algunos versos propios y ella se quedó
encantada.
La familia, como se acostumbraba en esos tiempos le escogió un
esposo, uno de acuerdo con su nivel y su categoría y ella se vio privada del
otro amor, el de la poesía de adentro, el de Pierre de Ronsard que le había
llenado el sueño de perfumes y de arrullos.
Nada pudieron hacer, todo estuvo
en contra desde el primer momento y se consumó aquella separación de almas, pero
su historia triste se conoce por los versos de un poeta que jamás dejó de
cantarla en sus rimas, que hasta la misma hora de su muerte, a pesar de los años
la tuvo en su mente como una fijación y como un milagro.
Fue
imposible ese amor por ese adverso
designio que hace trizas las maneras
de
amar sin condición en ese terso
coincidir de las almas sin
fronteras.
Un amor contra el tiempo y contra aquella
realidad que
eclipsaba la costumbre
de querer que era el bien donde se sella
la
inquietud de la risa y de la lumbre.
Casandra fue su afecto y fue el
motivo
que le mostró que hay otros universos
otra razón a un fin
superlativo
de arpegios, de emociones y de versos.
La que encendió su
fiebre de poeta
en un trastorno etéreo a lo sublime
la que envolvió su
empeño en la completa
sensación de lo tierno que redime.
Un mechón de
cabellos como un pacto
tejió sobre los dos esa confesa
plenitud de llevar
hasta lo exacto
el beso en el crisol de una promesa.
Pero en la sombra
se oculta lo que ignora
lo hermoso que se inclina a lo selecto
y frío en
su estertor algo devora
el sueño que se abría a lo perfecto.
Los alejó
la vida hacia otra esfera
oscura que no entiende de latidos
y asesinó
también la primavera
en medio de agonías sin olvidos.
Él le escribió
mil versos en su ausencia
atado a una tristeza sobrehumana
llevando en su
sentir la turbulencia
del grito de su noche sin mañana.
Se supieron
soslayados de su anhelo
sujetados a un martirio intransigente
y a buscar
recordando ese consuelo
como un algo excepcional para la mente.
Para
cruzar la historia en el dilema
de lo cruel que inclinara la balanza
a un
dolor, a lo triste de un poema
que rimara a un amor sin
esperanza.
Ernesto Cárdenas.
sábado, 24 de junio de 2017
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario