miércoles, 27 de septiembre de 2017

El trovador medieval...

Nada ha llamado tanto la atención de los historiadores modernos como  el misterio de los trovadores, que con sus himnos, sus versos y sus canciones abrieron las puertas a un idealismo diferente, en un idioma intrincado, complejo, en una manera de comunicar las cosas embrollando, enmarañando el concepto para escapar de la mirada, de los oídos ajenos a su verdadero sentido estructural y emocional, que al parecer era su invariable y concebida meta.
Y ese versar, esa forma de actuar de los trovadores entre rima y melodía sentó las bases para la expansión de la cultura, de la caballerosidad, en una época difícil en donde hasta los reyes eran analfabetos.
La trama, lo inescrutable de éstos hombres (según Gérard de Sede en su libro, “El tesoro Cátaro”) es que durante 400 años recorrieron los caminos, primero del sur de Francia y luego de Europa reiterando el mismo principio, frecuentando el mismo argumento una y otra vez.
Imaginen a cientos de poetas cantar a una dama que no tenía nombre, solo seudónimos como “La verdadera luz,” “Rosa bermeja” etc. vagar por todo el mundo antiguo con su laúd al hombro clamando por un amor imposible, detrás de una mujer jamás visualizada, como un versar para un sueño, para un símbolo o como un estertor, un dolor ante una esperanza sin mañana.
Era lo que se conocía en ese momento como el amor cortés, un amor entregado, desinteresado, que por medio del lirismo se hizo trova y hasta la misma palabra “Trova” en su etimología, significa buscar, encontrar, o simplemente expresar en tropos, en giros de palabras otra realidad detrás de lo aparente.
O sea, los trovadores medievales no eran claros, ocultaban algo en sus rimas, eran poseedores de un decir clandestino, de un mensaje solo conocido por ellos y transmitido por medio del lenguaje figurado a lo que ellos llamaban “Trobar clus” y clus en su etimología también significa cerrado, o mejor dicho poema hermético, vedado para los no entendidos.
Es largo el tema, y solo concluiré diciendo que muchos autores modernos los mezclan con los Cátaros, porque fueron contemporáneos con ellos y porque la palabra “dama” era también sospechosamente el mismo nombre que esos religiosos daban a su iglesia desaparecida por presiones del papa y por las guerras, que al parecer los exterminaron con la toma de Montségur  en las llamadas cruzadas albigenses.
Se cree que esos poetas, esos tristes trovadores eran con sus versos sacerdotes, gritos de angustia, quejas desde el fondo de sus almas por la dama, ¿la iglesia cátara?... perdida para siempre en medio de una época, donde los libros y los hombres eran pastos de las llamas cuando no aceptaban la religión católica imperante, férreamente establecida a sangre y fuego.

El trovador medieval…

Giraron el lenguaje, complicaron
la forma transmutando el pensamiento
y en esa intensidad ejecutaron
un rito más allá del argumento.

Se ataron a su magia en sus dicciones
cifraron su hermetismo a un ministerio
a un arcano confuso en sus canciones
secretas que indicaban un misterio.

Con una acción distinta en el esquema
sellado de un trovar ambivalente
mudaron el idioma a otro sistema
oscuro, retorcido y disidente.

Y así durante siglos repitieron
la misma percepción, la misma causa
sin cambios en el arte que cumplieron
detrás de una pasión sin tomar pausa.

Nadie supo el por qué de aquél empeño
cerrado sin dar luz, sin dar la llave
sin dar la conclusión a ese diseño
oculto sin el rastro de una clave.

Para ese seguimiento de un delirio
antiguo que saltó sobre lo ido
sobre una realidad, sobre un martirio
que no pudo quedar en el olvido.

Tal vez fueron la voz de esa notoria
idea para un cauce y una senda
un enigma quizás para otra historia
en tropos de un decir… a quien lo entienda.

Ernesto Cárdenas.

viernes, 22 de septiembre de 2017

Hoy ya sé que estoy viejo… 12/8/2016.

Hoy ya sé que estoy viejo el ruido me molesta
y si no me entretienen me duermo en una fiesta.

Me pierdo entre la gente con mis ojos rojizos
con mis torpes maneras y mis dientes postizos.

Con mis incongruencias que repiten el cuento
que ya dije otras veces con el mismo argumento.

Hoy s
é que ya estoy
 viejo por mis complicaciones
por  mi tos, por mi artritis y por mis depresiones

Por  el Alzheimer justo, exacto en su medida
porque el mal se nos junta ya al final de la vida.

Aunque se trate en vano de no aceptar la historia
aquella que repite que no hay escapatoria.

Y más cuando notamos el paso algo más lento
y ante el menor esfuerzo perder hasta el aliento.

Hoy sé que ya estoy viejo, estoy en pleno ocaso
y cuando opino o hablo ya nadie me hace caso.

Me sientan, me regañan, controlan mi dinero
y si protesto entonces me llaman majadero.

 Me acuestan cuando quieren, me obligan a la sopa
me escogen los zapatos, mis gafas y la ropa.

Mientras de mi pasado recuerdo una ilusión
cuando en la mano entonces no estaba este bastón.

Ni torpe yo observaba a la muchacha hermosa
con mi arteriosclerosis y la vista borrosa.

Hoy sé que ya estoy  viejo el cuerpo me lo grita
Por algo que se ha muerto… y ya no resucita.

Ernesto Cárdenas
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miércoles, 13 de septiembre de 2017


Juan Knox, el fanatismo en los extremos.

Juan Knox fue un sacerdote escoses, que se pasó a la reforma luego de conocer a George Wishart, el mismo que luego fuera quemado por órdenes de la reina María de Guisa, cuya ejecución llevó a cabo David Beaton, que más tarde fuera asesinado.
Este sacerdote tuvo que escapar varias veces por alterar el orden y perseguir con saña todo lo que fuera en contra de sus palabras, porque la virtud para él era lo que conocía, lo que decía y otro modo de virtud  ajeno a su palabra era el pecado y era lo apócrifo.
No discutió jamás su credo, se pensaba perfecto y trataba a todos con rudeza, mientras rogaba por la muerte de sus enemigos.
Quien pensara distinto era de la raza de Satán, quien no creía en su verbo tampoco podía creer en las escrituras, porque él era (así pensaba) la voz de Dios en la tierra.
Nadie llevó como este reformador más lejos la exacerbación, nadie lo superó en arrogancia, en esa tempestad de las pasiones.
Se le considera el fundador del presbiterianismo.
Cuando alguien le iba a la contraria lo atacaba, y no lo perdonaba, así vivió, así murió, llevando a los extremos su fanatismo, su intransigencia y su intolerancia.

Su vida fue la fobia y los rencores
por lo febril total de su doctrina
fue un empeño sin fin por los fervores
obtusos de un obseso que alucina.

Lo extremo en la reforma, en ese tema
de luchas por diversas opiniones
jamás tuvo piedad en ese esquema
que solo desbordaba aberraciones.

En ese tiempo donde con la imprenta
el hombre tomó un nuevo desafío
para pensar distinto sin la atenta
iglesia que impedía el albedrío.

Su alma fue la estrecha línea recta
en su altivez frontal como un cruzado
y rigidez de un credo que proyecta
la atrofia de un oscuro apostolado.

Pues fue la opacidad, lo limitado
que no aceptó otro modo que su modo
que no cambió una letra en el dictado
oscuro de su orgullo que era todo.

Mucho más que Lutero y que Calvino
y aquél Savonarola de Florencia
su verbo era la guerra, el torbellino
ajeno de piedad o de clemencia.

Severo, crudo en su actitud cerrada
tenaz en su constancia y sus visiones
sin nada de piedad en la mirada
con mucho de acidez en sus acciones.

No supo ni de luz ni simpatía
sumido en su furor hasta el exceso
para entender que existe poesía
en cada compasión y en cada beso.

Así murió  atado a su arrogancia
sin nunca renunciar a su doctrina
perenne sin variar la intolerancia
en medio del furor y de la inquina.

Ernesto Cárdenas.