domingo, 14 de julio de 2019

El trovador medieval

Nada ha llamado tanto la atención de los historiadores modernos como  el misterio de los trovadores que con sus himnos, sus versos y sus canciones abrieron las puertas a un idealismo diferente, en un idioma intrincado, complejo, en una manera de comunicar las cosas embrollando, enmarañando el concepto para escapar de la mirada, de los oídos ajenos a su verdadero sentido estructural y emocional, que al parecer era su invariable y concebida meta.Y ese versar, esa forma de actuar de los trovadores entre rima y melodía sentó las bases para la expansión de la cultura, de la caballerosidad, en una época difícil en donde hasta los reyes eran analfabetos.
La trama, lo inescrutable de éstos hombres (según Gérard de Sede en su libro, “El tesoro Cátaro”) es que durante 400 años recorrieron los caminos, primero del sur de Francia y luego de Europa reiterando el mismo principio, frecuentando el mismo argumento una y otra vez.Imaginen a cientos de poetas cantar a una dama que no tenía nombre, solo seudónimos como “La verdadera luz,” “Rosa bermeja” etc. vagar por todo el mundo antiguo con su laúd al hombro clamando por un amor imposible, detrás de una mujer jamás visualizada, como un versar para un sueño, para un símbolo o como un estertor, un dolor ante una esperanza sin mañana.
Era lo que se conocía en ese momento como el amor cortés, un amor entregado, desinteresado, que por medio del lirismo se hizo trova y hasta la misma palabra “Trova” en su etimología, significa buscar, encontrar, o simplemente expresar en tropos, en giros de palabras otra realidad detrás de lo aparente.
O sea, los trovadores medievales no eran claros, ocultaban algo en sus rimas, eran poseedores de un decir clandestino, de un mensaje solo conocido por ellos y transmitido por medio del lenguaje figurado a lo que ellos llamaban “Trobar clus” y clus en su etimología también significa cerrado, o mejor dicho poema hermético, vedado para los no entendidos.
Es largo el tema, y solo concluiré diciendo que muchos autores modernos los mezclan con los Cátaros, porque fueron contemporáneos con ellos y porque la palabra “dama” era también sospechosamente el mismo nombre que esos religiosos daban a su iglesia desaparecida por presiones del papa y por las guerras, que al parecer los exterminaron con la toma de Montségur  en las llamadas cruzadas albigenses.
Se cree que esos poetas, esos tristes trovadores eran con sus versos sacerdotes, gritos de angustia, quejas desde el fondo de sus almas por la dama, ¿la iglesia cátara?... perdida para siempre en medio de una época, donde los libros y los hombres eran pastos de las llamas cuando no aceptaban la religión católica imperante, férreamente establecida a sangre y fuego.

El trovador medieval…

Giraron el lenguaje, complicaron
la forma transmutando el pensamiento
y en esa intensidad ejecutaron
un rito más allá del argumento.

Se ataron a su magia en sus dicciones
cifraron su hermetismo a un ministerio
a un arcano confuso en sus canciones
secretas que indicaban un misterio.

Con una acción distinta en el esquema
sellado de un trovar ambivalente
mudaron el idioma a otro sistema
oscuro, retorcido y disidente.

Y así durante siglos repitieron
la misma percepción, la misma causa
sin cambios en el arte que cumplieron
detrás de una pasión sin tomar pausa.

Nadie supo el por qué de aquél empeño
cerrado sin dar luz, sin dar la llave
sin dar la conclusión a ese diseño
oculto sin el rastro de una clave.

Para ese seguimiento de un delirio
antiguo que saltó sobre lo ido
sobre una realidad, sobre un martirio
que no pudo quedar en el olvido.

Tal vez fueron la voz de esa notoria
idea para un cauce y una senda
un enigma quizás para otra historia
en tropos de un decir… a quien lo entienda.
 
Ernesto Cárdenas.
 

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