viernes, 26 de enero de 2018

El hombre elefante…

Joseph Carey Merrick, nació en Inglaterra el 5 de Agosto de 1862, y murió el 11 de Abril de 1890 sin haber cumplido aún los 28 años, y su existencia se puede decir que fue una de las más tristes en los anales del género humano.
Luego de nacer como un niño normal a los 18 meses empezó a cambiar su cuerpo por una rara enfermedad deformante, algo tan absolutamente anómalo que lo apartó de la gente durante toda su vida, haciéndolo grotesco y repulsivo, con la fatalidad de morir su madre joven y de su padre casarse con una mujer que lo maltrataba, al extremo que tuvo que escapar ante los castigos físicos y tantas humillaciones.
Joseph contaba una historia para justificar su enfermedad:

“Vi la luz por primera vez el 5 de agosto de 1862. Nací en Lee Street, Leicester. La deformidad que exhibo ahora se debe a que un elefante asustó a mi madre; ella caminaba por la calle mientras desfilaba una procesión de animales. Se juntó una enorme multitud para verlos, y desafortunadamente empujaron a mi madre bajo las patas de un elefante. Ella se asustó mucho. Estaba embarazada de mí, y este infortunio fue la causa de mi deformidad.”

El mismo se describía en esta forma:

“Mi cráneo tiene una circunferencia de 91,44 cm, con una gran protuberancia carnosa en la parte posterior del tamaño de una taza de desayuno. La otra parte es, por describirla de alguna manera, una colección de colinas y valles, como si la hubiesen amasado, mientras que mi rostro es una visión que ninguna persona podría imaginar. La mano derecha tiene casi el tamaño y la forma de la pata delantera de un elefante, midiendo más de 30 cm de circunferencia en la muñeca y 12 en uno de los dedos. El otro brazo con su mano no son más grandes que los de una niña de diez años de edad, aunque bien proporcionados. Mis piernas y pies, al igual que mi cuerpo, están cubiertos por una piel gruesa y con aspecto de masilla, muy parecida a la de un elefante y casi del mismo color. De hecho, nadie que no me haya visto creería que una cosa así pueda existir”.

Pero prosigamos:

Ante la necesidad se dedicó a vender cosas por la calle, aunque nadie le compraba, y para colmo el gremio local de vendedores ambulantes lo acusó de perjudicar al sector con su mala imagen y por lo tanto le retiraron la licencia.
Tuvo que trabajar en ferias que recorrían Londres presentando su enfermedad ante los curiosos para poder comer, pero las autoridades le cerraron su único medio de trabajo por considerar su acto indecente y de mal gusto.
Le gustaba la poesía, y se conservan un par de cuartetas de su autoría:

“ Es cierto que mi forma es muy extraña
Pero culparme de ello es culpar a Dios
si yo pudiera crearme a mi mismo
procuraría no fallar en complacerte.

Si yo pudiese alcanzar de polo a polo
o abarcar el océano con mis brazos
pediría que se me midiese por mi alma
la mente es la medida del hombre”.

Su corta biografía está llena de desagradables pasajes, solo el doctor Frederick Treves lo rescató de su tragedia y lo ayudó a conocer otras personas, que con calidad humana que le dieron en sus últimos años la comprensión que siempre le negó el destino.

Y ahora mi poema, en honor de Joseph Carey Merrick,
El hombre elefante”

Le negó el cielo su existir tranquilo
una forma normal en su estructura
haciéndolo marchar por ese filo
que arrastra cada sueño a la amargura.

Que lo lanzó a la noche deplorable
de ser la magnitud en el quebranto
de ser en su exterior lo inenarrable
de un hecho que marcaba hasta el espanto.

Cruzó la burla ajena en su agonía
el golpe y el desprecio lapidario
atado en el repudio de una impía
manera de marchar por un calvario.

Vivió la oscuridad de un atavismo
terrible que empujaba hasta el rechazo
no supo de sonrisas en su abismo
ni supo del afecto de un abrazo.

Era el monstruo, lo horrendo, era el distinto
la hechura de un paisaje deprimente
era un aborto raro, era el instinto
de todo lo repulso y lo incoherente.

Sin embargo detrás de esa silueta
de ese aspecto irreal había una esencia
había una bondad, había un poeta
había un corazón y una conciencia.

Había una emoción, había un humano
que nunca supo odiar tras sus dolores
había un gran perdón, había un hermano
ajeno de tinieblas y rencores.

Y así marchó después hacía otro encuentro
su espíritu gentil como un destello
mostrando ese otro aspecto que es de adentro
para enseñar al mundo lo que es bello.

Ernesto Cárdenas.

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