domingo, 21 de enero de 2018


La murmuración… Oct---10---2011

 

La murmuración es la cobardía, la canallada detrás de las palabras, es la niebla sobre el entorno, la asechanza de lo turbio, la excrecencia de lo obsceno y el silbido del reptil oculto en la hojarasca.
La voz baja, zigzagueante, casi a rastras tiene siempre el fantasma del vicio, de esa nociva manera de esquivar el frente, de soslayar la luz, de complotar sus actos con la insidia, por eso Hans Weiditz los pintaba al lado del diablo, y Horacio, aquél poeta latino de la antigua Roma, aconsejaba no dar confianza del que murmuraba de un amigo, porque nada mutila tanto la dignidad como la detracción, esa manera de conjurar detrás de las cortinas, de envenenar desde un sigilo, esa ruindad que se incrusta en la costumbre y hace de la blasfemia todo un arte, enlodando con un susurro, con un tono irregular todo lo que detesta, con una manera informal que se inclina hasta la emboscada, y hasta la sinuosidad hecha calumnia.
Siempre que alguna boca emita una suposición, haga un juicio desde el resguardo de un clandestinaje, a hurtadillas evitando claridades se desviste de respeto, le resta pundonor a su esencia como ser humano, se destiñe y pacta su anomalía con lo exiguo.
El murmurador es una deformación de la decencia, una alergia, una contradicción de lo correcto y el mismo lo sabe, conoce que se hunde en cada difamación, en cada villanía de su lengua, pero esa es su naturaleza, su designio, su ministerio entre la sombra, es su modo de existir sin variaciones, como las culebras y como los tumores.

Ernesto Cárdenas.

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