martes, 10 de abril de 2018

Narciso...

Fue hijo de Liriope y de Cefiso
gracioso, seductor como un prodigio
como una perfección que de improviso
le dio a lo que era hermoso...otro prestigio.

 
De excepcional estética era pieza
deseable que rendía corazones
la exquisitez, el garbo, la belleza
que no tuvo jamás comparaciones.

Sin embargo su vida era un reflejo
de fatuidad marcada en su querella
y nunca pudo verse en un espejo
por hados ya predichos en su estrella.

Por cosas que sentencian los destinos
que tejen desde arriba otros criterios
y escriben en oscuros pergaminos
las manos del azar y los misterios.

Una ninfa lo vio, quedó extasiada
ante el perfil fastuoso de su encanto
más triste en su interior vagó ignorada
por los bosques testigos de su llanto.

Pues Eco, (era su nombre) ya no pudo
seguir tras ese ser vacío y necio
y se arrancó la vida, cortó el nudo
terrible de su amor frente al desprecio.

Frente a ese corazón, esa alma helada
ajena de sonrisas y embelesos
que no supo esperar la madrugada
ardiendo en esas llamas de los besos.

Palpó el cielo la injusta desmesura
ladeando el equilibrio en los excesos
por ese albur que ciego se apresura
y forma el desbalance en los sucesos.

Pues nada ocupa el todo, hay una forma
un razonar divino, hay un motivo
una verdad legítima, una norma
celeste para un plan equitativo.

Y Némesis decide la venganza
torciendo la secuencia de la suerte
poniendo una lección que sin tardanza
en sombras para el paso se revierte.

Y le hizo detener junto a una fuente
sufrir dipsomanía repentina
pudiendo ver su rostro de repente
hermoso sobre el agua cristalina.

Y se adoró en las ondas, su figura
asombrado miró por vez primera
como una venustez, encarnadura
de una raza inmortal y milagrera.

Al punto se lanzó para abrazarse
con la silueta del agua en su egoísmo
y terminó el iluso por ahogarse
confuso de un amor consigo mismo.

Su cuerpo a la deriva fue pastura
del buitre, de la larva abominable
y el cieno putrefacto sepultura
de aquello que creía insuperable.

Así cambió en absurdo aquella historia
con un final didáctico y preciso
dejando con su triste vanagloria
su nombre en una flor...la del Narciso.
 
Ernesto Cárdenas

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