martes, 13 de febrero de 2018

El clasicismo literario…

La corriente del clasicismo surge como un arte monárquico y un arte clerical, al extremo que algunos de sus mejores exponentes fueron frailes, como Don Luis de Góngora y fray Luis de León entre otros, y fue precisamente en un momento histórico conocido como el siglo de oro, donde una serie de escritores de calibre aparecieron juntos en una época precisa, cosa esta que solo se puede comparar con los artistas del renacimiento, o la luego conocida en el siglo XX como la generación del 27.
Esta corriente nace alrededor de los años 1492 y termina aproximadamente en 1681 con la muerte de Pedro Calderón de la Barca,  la cual tomaba de modelo las ideas y los obras de la antigüedad clásica, para sobre eso plasmar sus trabajos, intentar acercarse, imitar lo más resaltado de esa época, donde nunca faltaban en los temas la mitología, la creación literaria utilizando de fondo dioses y héroes, en donde lograron un esplendor creativo.
Las artes siempre estaban bajo el ojo censurante de la iglesia, porque eso muchas letras fueron dedicadas a la religión, aunque hubieron algunos rebeldes que no estaban de acuerdo como Quevedo, pero eran los menos, en fin este momento pasó, pero nos dejó un legado que hoy se estudia y se admira por la pulcritud y la fascinación que tuvieron estos poetas por la cultura greco-romana.
Muchos confunden el clasismo con el barroco, porque se entremezclan los tiempos, porque algunos autores pasaron de una época a otra sin saberlo, casi sin notarlo ni ellos mismos, pero en realidad guardan diferencias, pues aunque los dos  admiraban las obras del pasado uno era más elitista, el clasicismo era como explico arriba un arte de reyes y de religión, mientras el barroco recargado era más entendible para el pueblo llano, en fin, es cosa de analizar y de opinar cada cual a su criterio.

El clasicismo…

El clasicismo es un arte
con galas para otro espacio
y un rito para un prefacio
de monárquico estandarte
una acción que forma parte
de un movimiento sonoro
de exquisitez en un coro
de poetas consagrados
que fueron así llamados
en aquél siglo de oro.

En ese momento grato
de madurez del lenguaje
que cincelara un paisaje
hermoso para lo innato
para firmar un contrato
con lo elegante y la hechura
con el ritmo y con la altura
de un sacramento especial
que fuera lo excepcional
de aquella literatura.

Era en sí una reacción
tras el modelo de antaño
uno lejos del rebaño
ajeno de educación
por una veneración
de las letras castellanas
que tersas y culteranas
con Góngora y con Quevedo
trajeron un nuevo credo
de las costumbres romanas.

De lo antiguo en esa rama
de un rito por la belleza
por esa naturaleza
que el buen gusto nos reclama
nos muestra otro panorama
de emoción en esa andanza
en eso que bien se alcanza
reinventado los modelos
de otra historia, otros desvelos
pretéritos de añoranzas.

Fue una escuela en lo preciso
de una patente intensión
una por la ilustración
de aquél instante conciso
que asomaba de improviso
como una luz o un idilio
un estético utensilio
arrancado de una herencia
nacida por la influencia
de Sófocles y Virgilio.

De aquellos que en otro ayer
cincelaron los valores
y tiñeron de colores
un ameno acontecer
uno para comprender
la importancia de las cosas
las razones deliciosas
de lo que canta y da calma
cuando se siente en el alma
un vuelo de mariposas.

Usando imaginación
para tantear un anhelo
de un sueño de terciopelo
por una terca obsesión
una antigua conexión
para mezclar con sus odas
lo vetusto en nuevas las modas
creando una identidad
de franca cordialidad
con los antiguos rapsodas.

Imitando lo que hicieron
los griegos con sus ingenios
que a través de los milenios
otros rumbos recorrieron
a otras seres conmovieron
con su quehacer sorprendente
con un arte diferente
que ufano y subliminal
dio brillo sobre el cristal
del espíritu y la mente.

Y en ese clásico reto
detrás de cada jornada
la iglesia era la encargada
de vigilar el libreto
de ser con tenor discreto
la que dictaba el aval
en ese entorno especial
con disciplina y esmero
indicando el derrotero
de aquél arte contextual.

Que miraba sin después
Por observar el pasado
Por ser parte de un legado
que se viviera a través
de la noche, lo que es
de otro siglo y de otro instante
de otro momento distante
que tuvo otra tradición
y trajera expectación
con su técnica elegante.

De esfuerzo y reminiscencia
para un paso, un objetivo
un factor que creativo
buscaba magnificencia
con tesón, con impaciencia
concentrada en una agenda
e hoy parece de leyenda
retratada en lo inaudito
de otro mágico infinito
de ejemplos para la senda.

Y así fue el asunto grave
de esa corriente en su trecho
por lo fino y por lo hecho
en su tono claro y suave
con su música de ave
detrás de su diccionario
de su clásico escenario
con constancia y rigorismo
y así se fue el clasicismo
con su afán bibliotecario.

Ernesto Cárdenas.

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