sábado, 24 de junio de 2017

Pierre de Ronsard, el amor impisible de un poeta...

Siendo joven la vio en un baile de su majestad Francisco l, y sin saber más nada concentró su entusiasmo en conocerla, ella era la elegancia en el salón por sus modales, por su belleza y por ser hija de uno de los hombres más ricos de Florencia, aquella ciudad italiana que tanto dio para el desarrollo de la cultura en esos tiempos del renacimiento, su nombre era Casandra Salviati, y también al conocer a Ronsard sintió por él una simpatía que presagiaba el amor.
Se conocieron y se dieron un único beso y ella le envió un mechón de sus cabellos rubios, como un recuerdo y como una promesa de aquello que los levitaba, él le recitó algunos versos propios y ella se quedó encantada.
La familia, como se acostumbraba en esos tiempos le escogió un esposo, uno de acuerdo con su nivel y su categoría y ella se vio privada del otro amor, el de la poesía de adentro, el de Pierre de Ronsard que le había llenado el sueño de perfumes y de arrullos.
Nada pudieron hacer, todo estuvo en contra desde el primer momento y se consumó aquella separación de almas, pero su historia triste se conoce por los versos de un poeta que jamás dejó de cantarla en sus rimas, que hasta la misma hora de su muerte, a pesar de los años la tuvo en su mente como una fijación y como un milagro.


Fue imposible ese amor por ese adverso
designio que hace trizas las maneras
de amar sin condición en ese terso
coincidir de las almas sin fronteras.

Un amor contra el tiempo y contra aquella
realidad que eclipsaba la costumbre
de querer que era el bien donde se sella
la inquietud de la risa y de la lumbre.

Casandra fue su afecto y fue el motivo
que le mostró que hay otros universos
otra razón a un fin superlativo
de arpegios, de emociones y de versos.

La que encendió su fiebre de poeta
en un trastorno etéreo a lo sublime
la que envolvió su empeño en la completa
sensación de lo tierno que redime.

Un mechón de cabellos como un pacto
tejió sobre los dos esa confesa
plenitud de llevar hasta lo exacto
el beso en el crisol de una promesa.

Pero en la sombra se oculta lo que ignora
lo hermoso que se inclina a lo selecto
y frío en su estertor algo devora
el sueño que se abría a lo perfecto.

Los alejó la vida hacia otra esfera
oscura que no entiende de latidos
y asesinó también la primavera
en medio de agonías sin olvidos.

Él le escribió mil versos en su ausencia
atado a una tristeza sobrehumana
llevando en su sentir la turbulencia
del grito de su noche sin mañana.

Se supieron soslayados de su anhelo
sujetados a un martirio intransigente
y a buscar recordando ese consuelo
como un algo excepcional para la mente.

Para cruzar la historia en el dilema
de lo cruel que inclinara la balanza
a un dolor, a lo triste de un poema
que rimara a un amor sin esperanza.

Ernesto Cárdenas.

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