haciendo
de mi empeño una evidencia,
una
certeza para poner proa a mis verdades,
a ésta
apetencia por lo suyo
por su
amor entero que me desorganiza,
que me
atropella en cada sueño,
enroscando
mis anhelos, mis instintos con la noche
con mis
espasmos y con el asombro,
con esta
rebeldía por no aceptar la inercia,
la
pasividad que anula, la rendición que inhabilita
porque
nada en mi coraje apaga el alarido,
me arranca
del conflicto por tenerla,
por
batallar día a día su cariño,
su
atención como un apremio, como una urgencia
gravitando
fiebres, obsesiones
en el
rumbo, en la necesidad de lo inaplazable,
en mis
nervios, y en la rabia toda por sentirla mía,
apretada
en mi desorden, en mis impulsos
en el
temblor de mis apuros y en mis desmanes,
motivada
entre mis brazos, amoldada a mi delirio
a ese
horizonte de su piel
y a esa
naturaleza de su risa.
Rompo con
todo para no anclar furores
para
infringir delitos, incumplimiento de las normas
locuras al
extremo.
Rompo para
soltar pasiones
para
estrenar pretextos, para abrir al caos mis desvaríos
olvidando,
desdeñando consecuencias
los
efectos tras el paso, sin temor a otro mañana,
al qué
dirán tras el suceso si la tengo toda,
toda en mi
arrebato, toda en mi epopeya,
y en ésta
sensación que me consterna
que me
lanza a la codicia, a la avidez,
en donde
voluntario y terco
me dejo
arrastrar hasta la aberración, hasta el extravío mental,
hasta el
pecado mismo por su beso.
Ernesto
Cárdenas.
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