Se dice que los primeros cristianos que evangelizaron Alemania, vieron como los
habitantes de aquellas tierras celebraban el nacimiento del sol y el de la
fertilidad, decorando las ramas de un árbol con cintas y otras figuras de
colores en los días de Diciembre, en honor también a Thor, Odín y a otros dioses
escandinavos, y que a esos cristianos les gustó la idea, tomando la costumbre de
engalanar un pino aunque cambiando el significado.
Otros dicen que San
Bonifacio, el primer evangelizador de esas regiones, al ver como adornaban un
árbol alabando a otros dioses se molestó, tomó un hacha y lo cortó, plantando en
su lugar un pino al cual también decoró pero en homenaje a Cristo, y Otros
plantean que la costumbre es más reciente, pero como quiera que sea fue algo
foráneo, nada que ver con la Biblia, ni con sus historias, en fin, solo es un
tema para pensar en el árbol de la navidad.
Tradiciones paganas se
incrustaron
en aquél cristianismo primitivo
y solo confusiones nos
dejaron
tras un triste legado negativo.
Fue una costumbre que llegó
del norte
de lengua gutural escandinava
trayendo como extraño
pasaporte
un arbolito en la centuria octava.
Pegó el extranjerismo en
occidente
el pueblo se enfermó de aquella fiebre
y sin haber ningún
antecedente
un pino le arrimaron al pesebre.
Llenaron sus ramajes de
muñecos
de escarcha tenue en llamativos copos
cual si llegaran desde el
norte ecos
de inviernos que mataran heliotropos.
Y así, sin un por
qué, sin discrepancia
se impuso sin saber la idolatría
aquella de seguir
por ignorancia
la práctica habitual de una herejía.
Ernesto
Cárdenas.
viernes, 16 de junio de 2017
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